5 mar 2011

Regalo de cumpleaños #1


Ese primero de octubre fue un pésimo día para mí. No sé bien por qué pero la molestia mía era más que evidente. Era domingo y teníamos que ir a la casa de mis abuelos. Coloco la palabra “teníamos que” a propósito, honestamente, me encantaba ir a su casa, pero ese día estaba tan molesto con todos que no quería saber nada de nadie. Durante el camino, mientras mi papá conducía a la casa de mis abuelos, hablaba conmigo. No recuerdo si me reñía o trataba de hacerme entender que mi molestia estaba mal enfocada, pero recuerdo que algo me decía.

Antes de subir al auto mi papá me había dado un paquete envuelto en un papel de regalo, no quise aceptarlo pero al final acepté, de mala gana, entregarlo. Con muchos años menos, tantos que no recuerdo cuántos, era tierno dar un regalo tan bien forrado acompañado por el abrazo y beso respectivos.

El camino lo conocía de memoria y desde el asiento posterior, en el cual me senté porque estaba muy molesto, veía a través de la ventana el paisaje de casas y árboles que conocía de memoria también. Sólo éramos mi papá y yo en el carro, al menos ese es el recuerdo que tengo yo, lo cual no me sorprende porque días tan especiales como aquellos se celebraban como si de una festividad nacional se tratara.

Llegamos a nuestro destino y mi papá me dio las indicaciones finales. No sé qué pasó pero nuestro ingreso se retrasó, yo sólo esperaba que alguien abriera la puerta para poder entrar y encontrar con qué distraerme, mi molestia aumentaba. El tiempo pasaba y decidí tocar la puerta. La puerta se abrió y lo que dije marcó para siempre los primero de octubre posteriores.

            -¡Toma tu polo! –dije molesto, entregué el regalo de cumpleaños y entré a la casa.

Mi abuelo se sorprendió con mi saludo, recibió el regalo, se quedó en silencio por un momento para luego estallar en carcajadas, riendo de esa manera tan particular que difícilmente podré olvidar. Su reacción me sorprendió mucho, por supuesto más tarde me disculpé con él, previo mea culpa y llamada de atención de mis papás. Sin embargo, el tiempo pasó y cada vez que mi abuelo se acordaba de aquello en alguna conversación, a mí se me caía la cara de vergüenza pero a él el rostro se le iluminaba de alegría.

Nunca le pregunté si ese (in)feliz detalle hizo que aquel cumpleaños fuera el mejor que haya tenido, pero quiero creer que ese fue el mejor cumpleaños que tuvo conmigo.



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