5 ene 2011

¿Verano = Playa?


Llega el verano y todo es sol, arena y mar: los programas de televisión, la publicidad, los reportajes, la moda, la comida, las conversaciones, etc. En fin, el verano ha llegado y todos los días hay que soportar la cuota de “veranidad” que esto supone. Es algo que puedo tolerar porque, hasta cierto punto, me agrada la idea de ir al mar, nadar, broncearme, comer ceviche, tomar algo helado (aunque sea cerveza), todo esto es bastante agradable y, felizmente para mí, ocurre sólo una vez al año. Creo que esta característica hace que la etapa veraniega sea doblemente querida y anhelada por muchas personas.


Justo en una relajada conversación veraniega comenté que, a diferencia de muchas personas, mi modelo ideal de estancia de relajación es el campo y no la playa. El silencio que siguió a mi comentario fue algo incómodo, son muchos los que anhelan tener una casa de playa donde relajarse cuando llega el primer trimestre de cada año. Sin embargo, ese ideal no es el mío, puedo tolerar la idea de la playa, pero nunca tanto como para hacer de ella un lugar central para situaciones especiales y significativas de mi vida.


Recuerdo que la playa siempre me ha gustado, de pequeño tenía el mar cerca, no moría por ir a la playa, pero la idea no me era desagradable. Mi ideal turístico siempre ha sido el campo, no la sierra, si no algo más intermedio, más verde, menos montañoso. Cuando viví en Colombia tuve la oportunidad de disfrutar un poco de este ideal, la geografía del Valle del Cauca era lo más cercano a lo anhelado: sol todo el año, poco calor, poco frío, lluvias intensas, relámpagos y truenos y un ambiente verde (en exceso).


Tuve la oportunidad de estar en una reunión con unos amigos, un fin de semana largo en una “finca” campestre, y ahí experimenté toda la tranquilidad, alegría y comodidad posibles, algo que no me había pasado antes. Tal vez fue ello lo que ha motivado que la mayoría de mis ideas de realización laboral, familiar, etcétera, se circunscriban a un lugar así, con esas características específicas: el Valle del Cauca en Colombia.


Si bien mi experiencia vivencial en dicho país no fue del todo placentera como hubiese querido, guardo muchos buenos recuerdos de allá. Hoy no sé dónde estaría si en el año 2003 hubiera tenido la capacidad de decisión suficiente como para elegir vivir allá, concluir mis estudios y elaborar un proyecto de vida en ese contexto. Como dice la canción, “nada fue un error”, venir acá, estar cerca de mi familia en momentos cruciales, conocer nuevas personas, hacer nuevos amigos y vivir otras experiencias, ha sido increíble, y no es algo de lo cual me arrepienta. Pero estas múltiples experiencias que valoro y aprecio, no hacen que olvide lo bien que pasé ese fin de semana largo en la finca colombiana, así como sus paisajes, su cultura, clima, gente, etc.



Quiero volver allá, no a la misma finca, pero sí a ese ambiente. Aún no sé si volveré a Colombia, hoy en día, la idea no me desagrada, ya sea para vivir o para hacer turismo. Ocurre que hay algo en ese país, en esa región, que me seduce más que otros lugares ajenos al Perú, aunque nunca tanto como La Habana, sin embargo, ocurre lo que dice el lema de la campaña turística colombiana: el riesgo es que me quiera quedar, y efectivamente, quisiera correr otra vez, más tarde o más temprano, ese riesgo.


(N.A. Sé que La Habana nada tiene que ver con la idea de campo que me agrada en extremo, pero hay algo en esa ciudad que me parece especial. Saber que todo ha quedado detenido en el tiempo gracias a la revolución, es algo que sólo podré comprender cuando lo vea personalmente. Luego de recorrer sus calles, conocer su gente, vivir su cultura y compartir sus costumbres, podré tener -o no- la convicción plena de decir “yo me voy pa’ la Habana y no vuelvo más”.)


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